Por Domingo Ferrandis
Hoy somos lo que comemos, pero no siempre fue así, para nuestros antepasados fue más importante, el cómo lo comemos.
Cuando se nos ocurrió escribir una pieza teatral que arranca de la vinculación emocional de un alimento concreto como puede ser una magdalena -efecto proustiano- con la memoria autobiográfica, no imaginábamos la vinculación tan grande y evolutiva entre cocinar y el arte «la abstracción y la socialización» .
En el 2009 el primatólogo Richard Wrangham publicó su libro Catching Fire: How Cooking Made Us Human «En español En llamas: Cómo la cocina nos hizo humanos» donde defiende la teoría que cocinar nos separó de los otros primates «Aprender a cocinar nos hizo más inteligentes, sociales y culturales». El homo erectus «del linaje que desembocó en el Homo sapiens» surgió hace dos millones de años en la sabana africana gracias a los efectos que tuvo el control del fuego y la cocción de alimentos. El fuego permitió la expansión de otras aptitudes de la especie y cocinar un aprovechamiento del tiempo y la energía.
Es decir, más que la invención del fuego, lo que realmente nos hizo humanos fue aprender a utilizarlo para cocinar, afirma la biotecnóloga Suzana Herculano-Houzel.
El ser humano es la única criatura que cocina, lo que tuvo profundas consecuencias evolutivas, en especial en el intestino «se redujo» y en el cerebro «se agrandó y se generó más neuronas por la energía», lo que supuso el surgimiento del amor sexual, la socialización, la cultura y el arte en la tribu.
Cocinar supuso para nuestros antepasados elementos evolutivos claves:
Mayor energía: Todo es movimiento, hasta los sueños, si no nos movemos estamos muertos, y toda acción, es impulsada por la energía. Cocinar transformó nuestra biología al trasladar la energía del estómago al cerebro, los intestinos se hicieron más pequeños y el cerebro más grande y con más neuronas específicas, lo que nos hizo humanos «emotivos, pensantes y deseantes»
Tiempo libre: Cocinar supuso un ahorro de tiempo en comer, en vez de siete horas empleamos una, lo que nos dio tiempo para el sexo, la creatividad y la amistad.
Más socialización: Cuando tengas una cita, pregúntate por qué solemos quedar a comer. La cocción comunal alrededor del fuego creó lazos de socialización, cultura y vínculos amatorios de pareja. Por algo el sexo en la siesta es tan apetecible y el cine en pareja.
Energía. No sé si eso es bueno o malo, pero somos el único animal que cocina y eso nos hizo lo que somos, seres emotivos, pensantes y deseantes.
Las principales fuentes de energía en la dieta humana provienen de los carbohidratos, las proteínas y lípidos, y el calor y la cocción las transforma y las hace más disponibles para los humanos.. Eso permitió al cerebro tener más neuronas, ya que tenía combustible suficiente para alimentarlas. En términos de biología evolutiva cocinar no nos hizo más inteligentes, ya que no se necesitaba un intestino largo para digerir los vegetales crudos, según el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro. Para el Paleontólogo Juan Luis Arsuaga tener un tubo digestivo más corto, significaba gastar menos energía, y esa energía se empezó a destinar al cerebro. El biólogo celular Eduardo Angulo ha descubierto que usar menos energía en esos menesteres de masticar y digerir, las calorías sobrantes el organismos las empleó en fortalecer el sistema inmune y en mejorar la resistencia para caminar mayores distancias y en una mejora crianza y transmisión de genes.
Tiempo libre. Si no hubiéramos aprendido a cocinar, nos pasaríamos una media de cinco horas ingiriendo comida y otras seis digiriendo al día. Eso nos dejaría bien poco tiempo para trabajar, dormir, estar con la familia o ir al cine, concluye el biólogo celular Eduardo Angulo. En lo científico, al aplicar fuego a los alimentos, éste ablanda las fibras más duras, todo ello permitió a nuestros antepasados necesitar menos tiempo para buscar y digerir alimentos, lo que empezó a dedicar más tiempo a pensar cómo cazar, vivir, desarrollar el arte, la cultura… Cualidades que hoy en día nos hacen ser como somos. Al tener más tiempo libre, la ociosidad en la cueva nos hizo pensar, y maquinar cosas, y en esas, surgieron las herramientas de caza, los utensilios, la cultura y el arte.
Socialización. All aplicar fuego a los alimentos, está más jugosa y se degusta, liberando
aromas y sabores convirtiendo el comer no solo en un acto de supervivencia, sino en un placer, a menudo compartido. Placer y ahorro de tiempo que nos llevó a la sofisticación. Dejamos de perder el tiempo en devorar la carne y las verduras crudas y empezamos s dedicarlo en otros quehaceres, como por ejemplo, el sexo sin prisas, con lazos ínitmos de pareja que dio al nacimiento del amor sentimental, la tertulia alredor del fuego, eso permitió la relación con el vecino y la socialización, tiempo para imaginar, eso despertó la creatividad para crear cosas y también para dedicarse a crear arte. La luz del fuego permitió que los ratos en compañía comiendo, los placeres, la belleza, interrogantes y fascinaciones quedaron retratadas en las paredes de la cueva.
En la pintura rupestre se puede presenciar escenas culinarias, amatorias, de sociabilidad, y relax.
Cocinar era un trabajo en equipo, por lo que ayudaba a establecer mayores lazos entre los miembros del grupo. Y un reclamo para el sexo. Por tanto, la cocina nos convirtió en la especie inteligente y sexual que somos. De ahí que la hora de la siesta sea la preferida para tener sexo. Hay algo ancestral ahí, porque en la mayoría de los casos en la primera cita se queda para comer o asistir a algún evento cultural como el cine o el teatro.
Cultura, cocina y cerebro. Para el antropólogo Claude Lèvi-Strauss cocinar impulsó el paso de la naturaleza a la cultura, la cocina modeló la mente « orden simbólico» y para Wrangham, determinó el cerebro «el orden anatómico». La expresión artística y cocinar son vasos comunicantes del pensamiento abstracto «la abstracción es el eslabón evolutivo que nos hizo humanos».
A todas las teorías de la diferenciación evolutiva que nos separó de nuestros parientes simios; el simbolismo, la fabricación de herramientas, la predisposición a la violencia asesina, la caza cooperativa, el dominio del fuego, el pensamiento, el lenguaje, la creatividad, el cambio climático o el bipedalismo, añadamos cocinar, probablemente sea la que nos dejó tiempo y energía para todas las demás.
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